Vi a Enrique Pinti por primera vez, en su última puesta, y me decepcionó. La verdad es que tenía una imagen previa, transgresora y divertida del capocómico y pensaba (en mi propio y subjetivo imaginario) que con su mentada crítica, ácida y desprejuiciada, dentro del mundo del espectáculo Pinti efectuaba algún aporte interesante a la democracia y al futuro.
Pero me equivoqué: cuando asistí a la función, me encontré con un hombre de experiencia en el cartel, observador de defectos ajenos y dueño de recursos escénicos, pero que los desaprovecha con un relato de humor posmoderno, nihilista, escéptico, básicamente degradador del mundo-entorno y, en particular, degradador de la mujer.
Aparte de algunos chispazos puntuales de ingenio para consumo del chismorreo vulgar de la burguesía media de las grandes ciudades, su planteo me impresiono poco o nada, más bien me desagradó.
Como algo rescatable, debo mencionar su dura referencia hacia la crítica de la seguridad que se expande en los medios de Buenos Aires. Con el ejemplo de la grave situación de inseguridad que se vive, por ejemplo, en los EEUU, tanto en Los Angeles, como en el gran New York, el problema de la inseguridad en Buenos Aires se ubica en una dimensión mucho menor. También rescato su oposición al proceso militar y su sincera desilusión por haber creído en la Alianza de De la Rua en 1999.
Sin embargo y lamentablemente, para Pinti todo es una mierda. Vivimos en una suerte de mundo de mierda con algunos chispazos redentores que no alcanzan a modificar un contexto de mierda. Para colmo, en ese mundo de políticos mentirosos de mierda, la presidente forma parte del horizonte de las "conchudas", las "histéricas" y otros adjetivos por el estilo, groseros y degradadores del género femenino, sin nada rescatable.
Dicho de otro modo, las mujeres están más preocupadas por sus "pelotudeces" que por el país y en la base, solo les interesa las carteras, los vestidos y los zapatos. Mientras tanto, la pobre argentina, vive olvidada en un rincón como una cartonera gorda y en harapos respecto de la cual nadie da un céntimo y nadie se ocupa.
Es que los chispazos ingeniosos de Pinti, sobrenadan en un mundo "asqueroso", nihilista, irrecuperable, donde la ilusión de argentina como país, solo puede ser salvada por un patrioterismo infantil, casi escolar, ni siquiera quijotesco todo lo cual, en el fondo, implica un escepticismo radical sobre las perspectivas reales de una nación con todas las letras.
Y de hecho, tal patrioterismo de barniz resulta funcional al neoliberalismo económico-social que termina siendo lo único valido como plataforma de la existencia concreta y cotidiana.
Es así que su facilismo en la interpretación en la realidad social y la superficialidad de su relato tragicómico se niega a profundizar los claroscuros, las contradicciones y la evidente grandeza y miseria del colectivo humano de nuestra república, donde la dialéctica de ángeles y demonios convive en una extraña y original naturaleza. Y esta "naturaleza", es mucho más interesante y honda que la visión de Pinti. No solo eso: las mujeres no son boludas, la acción política no es tan mala, corrupta, ni tan lamentable.
Además y como nunca, en la argentina actual la lucha entre modelos políticos históricos contrapuestos se manifiestan como un cambio positivo, que se siente a flor de piel en la renovación generacional que se expresa, vigorosamente, en distintos sectores de la sociedad argentina y, de la cual, Pinti ni se acuerda.
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Pedro Raúl Noro
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